Se me antoja dibujarte intacto. En mi mente la tupida barba, el dedo siempre en la barbilla, los ojos penetrantes y la nariz puntiaguda. La esbeltez de tu figura, por sobre todo lo demás, resaltando, al lado de la que más de una vez soñé pararme, pero el sueño quedó trunco.
Es que eres tan grande, Fidel, que desbordas los lienzos, silencias las melodías y enmudeces las gargantas. Ese 25 de noviembre se paralizó el mundo con tu partida. Las voces se apagaron, y las que se encendieron no dejaron de mentarte, porque solo los grandes son tantas y tantas veces nombrados, los que pisaron fuerte, los que dejan huellas en el camino y en el corazón.
Hace siete años que partiste a la eternidad, y tu nombre se hace eco, en cada obra que ideaste pensando en Cuba, en la educación, en la salud, en la ciencia. Pero también en el obrero, en el niño, en el maestro, en el científico, en el deportista.
Cuba te nombra incluso hoy pensando cómo hubieses buscado la salida a los tropiezos en el camino. Y, más de uno, se atreve a decir qué hubieras hecho, porque para Cuba eras la solución y la salvación.
Pasarán los años y seguirás multiplicándote, porque los que tuvimos la suerte de concomitar contigo nos sabemos privilegiados y, aunque muchos no te tocamos, de cerca nos tocó el beneficio de tu labor en pro de tu gente. Es por eso que recordarte es obligación, seguirte mentando es imprescindible, lo contrario sería desagradecimiento. Fidel, una y mil veces, para Cuba y para el mundo.