LLegue la felicitación a nuestros maestros inolvidables que nos enseñaron siempre a amar al Apóstol Martí y a conocer de la dignidad humana, a quienes salen de sus casas a educar y ofrecer amor, para quienes desde el preescolar hasta las aulas universitarias guiaron nuestras vidas para ser buenas personas, nos regañaban porque no nos comportábamos correctamente, y eran parte indispensable de la familia.
No solo nos enseñaron las vocales, los números, a leer y escribir, sino a ser mejores seres humanos, a desdeñar la maldad, y conocer del tesoro que representa la amistad sincera. Los verdaderos maestros que no solo enseñan sino educan, quienes son inspiración con el consejo adecuado, para que la vida sonría.
Algunos ya no están lamentablemente, pero sí en el corazón de quienes los recuerdan con admiración y respeto. Otros, jubilados, con su pelo canoso y arrugas en la piel por el paso de los años, se sienten felices cuando ofrecen su sabiduría a los que inician el viaje mágico de la enseñanza, no solo con la tiza y el pizarrón, ahora que las tecnologías modernas son elementos necesarios del aula.
Gracias Maestros por ayudar a formar a hombres y mujeres con valores humanos, personas buenas y el deseo de ser mejores cada día.

Por Bárbara Fortes Moya