A Rahimy Romero Borges la vocación por el magisterio le corre por las venas. Tal vez por eso a su familia no le sorprendió su elección en tiempos en que la poca remuneración o, quizás, el gran sacrificio que conlleva, hagan menguar los intereses.
«Desde la secundaria básica se conformó un círculo de interés y partir de ahí se empezó a desarrollar mi vocación como maestro. Se llevó a cabo una serie de actividades que fueron desarrollando mi preferencia, además de a mí, a un grupo de estudiantes que hoy son maestros. También en mi árbol genealógico hay maestros: mi abuela y mi abuelo eran maestros, se destacaron el magisterio y han trascendido.»
Lejos del prototipo fijado de la maestra con experiencia, seria, exigente, y hasta a veces temida, está Rahimy, porque es hombre, joven y también porque dista mucho de los métodos tradicionales de enseñanza.
«Enfrentarse a un primer grado es duro, es difícil y más la primera vez que me enfrenté. Pero siempre hay que ponerse a estudiar, ponerse en el lugar de los niños, motivarlos constantemente porque son niños chiquitos que necesitan concentración para aprender a leer y escribir, y necesitan siempre de esa constante motivación: un video, un material, sacarlos de la escuela. No solo es libros y libretas, si no tratar de que su mente se pueble de otras ideas para que quieran venir a la escuela, para decir: Profe, ¿qué vamos a aprender hoy?. Yo siempre digo que el maestro debe transitar con sus niños para ver el resultado de su trabajo».
Su nombre, peculiar además, resuena en la instalación donde ha sido seleccionado en varias ocasiones maestro destacado. También se escucha en boca de los padres bien temprano en la acera de la José de la Luz y Caballero. Y es que la superación a toda costa, la constancia, han hecho que los resultados sean gratificantes.
«Me conformo con ver los resultados de sus evaluaciones, con que el padre venga y me diga: Profe, mire, tú me dijiste un día que el niño está mal pero ha ido avanzando poco a poco, por el horario extendido, por las actividades diferenciadas en las libretas. Ahí es donde se ve el resultado de tu trabajo, si cualquiera te para en la calle y te dice: Profe, el niño mío está bien, a pesar de que le dijeron que no podía llegar hasta cierto límite, gracias a tu ayuda pudo avanzar».
La covid trajo consigo un vuelco a todas las instancias. La educación de los pequeños se vio afectada, pero las iniciativas del joven maestro hicieron proseguir con éxito el proceso docente.
«Yo estoy constantemente conectado. Surgió la idea de crear un grupo de WhatsApp porque la mayoría de los padres tienen acceso a internet. Por ahí se mandaban actividades, fotos de las teleclases, se mandaban las respuestas de la mayoría de las actividades. Al reanudar el curso ellos debían haber vencido ese contenido, se corroboraba si las veían o no, y en dependencia de eso se trabajó».
Para Rahimy su casa es la escuela hace hace 7 años, su arma el pizarrón y la tiza, y su mayor satisfacción está en cada niño que vence un objetivo, en cada familia agradecida de una labor que sale de lo más hondo del corazón.
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