jueves, abril 11, 2024
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📸 Una cátedra de la Meteorología llamada Marta📸

A pesar de estar jubilada, la sagüera Marta Viota Coll es una cátedra de la Meteorología villaclareña y del país, que  merece mayores reconocimientos por toda su trayectoria.

La estación meteorológica de su localidad era un recinto impecable mientras estuvo bajo la dirección de Marta. Allí, la cultura del detalle tenía un protagonismo sin igual. Plantillas situadas en las blanquecinas paredes para colocar las manos, una limpieza extrema, murales actualizados y un entorno agradable propiciado por su colectivo, a pesar de encontrarse el recinto en la carretera que conduce a Uvero.

Con cuatro décadas en el ejercicio de la ciencia, todavía la Meteorología la cautiva. Repasa las nubes, porque emiten señales, advierte.

Cuarenta años de su vida dedicó Marta Viota Coll a la Meteorología. (Foto: Cortesía de la entrevistada)

Sabe que todas las que aparecen en la bóveda celeste poseen un significado, pero siente respeto por aquellas que, aparentemente, son lindas, blancas y hacen una especie de yunque en las alturas.

«Esas —afirma— resultan peligrosas. Provocan tormentas y relámpagos de nube a nube y de nube a tierra para acabar con nosotros… Cada variedad tiene sus características y niveles diferentes. Unas avanzan vertiginosamente, otras están como detenidas. En múltiples ocasiones ofrecen los vaticinios de precipitaciones, e, incluso, por la dirección de la nube y el viento puedes ubicar la posición de un ciclón».

—¿Cómo llega a la Meteorología?

—No imaginaba lo que era. Me inclinaba por las matemáticas, el álgebra; pero luego de aquel temible ciclón Flora, en octubre de 1963, hubo un llamado de Fidel y me decidí por esta ciencia interdisciplinaria que estudia el estado del tiempo, el medio atmosférico, los fenómenos producidos y las leyes que lo rigen.

«Escuché la convocatoria por la radio nacional. Asistí a la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, donde me hicieron una pequeña comprobación de materias generales. Ante todo fui sincera y dije que no sabía nada de Meteorología. Luego de aquel examen me dijeron que me avisarían».

—¿Veredicto demorado?

—Antes del mes me comunicaron que había sido seleccionada. Fuimos para La Habana a pasar un curso emergente. Viví en la parte alta del Capitolio Nacional —hoy sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular—, y en sus hemiciclos recibíamos las clases. Allí, un grupo representativo de todo el país nos hicimos observadores meteorológicos.

—¿Teoría acompañada de la práctica?

—De inmediato. En ese tiempo pasó un ciclón. Marché hacia Pinar del Río con otros compañeros. Estuvimos tres días hasta que retornamos al curso, con una duración de ocho meses.

—¿Cuándo puede hablarse de la primera estación meteorológica en la Villa del Undoso?

—Se fundó el 5 de abril de 1965. Ahí tuve mi primera experiencia laboral. Nos ubicaron en la secundaria básica Máximo Gómez, en un aula espaciosa, donde pasamos 11 años trabajando con una tecnología muy rudimentaria. Éramos tres compañeros —lamentablemente, algunos ya no están—, y trasmitíamos la información a Cienfuegos, pero en telegrafía.

«Las operaciones había que realizarlas a mano, sólo contábamos con una pequeña calculadora para llevar de grados Fahrenheit a grados centígrados, según las normas de la época».

 —Desde el punto de vista de la comunicación, ¿cómo se apreciaban los tiempos?

—Tiempos muy complejos. Eran las tres provincias centrales, y hubo un período en que las oficinas se encontraban en Cienfuegos hasta que pasaron a Santa Clara.

«Teníamos una planta de radio y nos comunicábamos con la provincia para que desde allí se enviara la observación a La Habana. Ni soñar entonces con las tecnologías de la información, ni correo electrónico, ni otra modalidad.

«Era un sufrimiento. Si fallabas en algo, ya no entrabas en el rango de Vanguardia Nacional. Había que tener precisión y nos medían muchos aspectos. A ello se unía la fuerza de la emulación en el trabajo sindical a nivel de redes, de provincias y en el ámbito nacional».

—¿A partir de qué momento constata ciertos avances en esta ciencia?

—Las primeras luces llegaron con el Proyecto Cuba 7, que posibilitó la creación de la Estación Meteorológica 338, perteneciente a la Academia de Ciencias de Cuba. Creo fue en 1976, y luego nos convertimos en Estación Agrometeorológica, al estar cerca la Estación Experimental de la Caña, con una labor muy compenetrada.

«Se facilitaba el intercambio regional, lo que abría las puertas a lo foráneo, porque era pilotada en otros países y requería de una precisión absoluta en todo».

—Entre el instrumental de una estación meteorológica, usted prefiere el heliógrafo. ¿Por qué?

—Mide la duración solar, su intensidad y registra los trazos. Recuerdo que hice una innovación sobre las cartas heliográficas ante la carencia de las plantillas originales. Por ello estudié qué tipo de papel y de cartón eran los más adecuados, y se resolvieron los contratiempos.

—En su vida profesional existen dos momentos cumbres: la Tormenta del Siglo, en marzo de 1993, con vientos de 152 km/h en Sagua la Grande, y el huracán Lili, en 1996.

—Prefiero detenerme en este último. La temporada ciclónica de ese año fue muy activa en cuanto a huracanes formados en el Atlántico. «Lili» aparentemente, tenía un suave nombre de mujer. Era el octavo ciclón de la temporada, y pasó por Sagua entre el 17 y 18 de octubre de ese año.

«Sus estragos fueron cuantiosos en viviendas en mal estado, pero también en la agricultura, la industria, la ganadería, así como en el poblado de Isabela de Sagua. El río se desbordó debido a los 250 mm de agua caídos en 24 horas».

—¿Es cierto que mientras se daban informes del alejamiento del fenómeno, usted y su equipo se percataron de que lo tenían encima?

—Quitaban la corriente. Si no tenías un radio que funcionara con pilas, carecías de información; pero nos auxiliamos de la planta eléctrica. El tiempo comenzó a deteriorarse y reconozco que el panorama no me gustaba. De buenas a primera se dijo que había salido de la provincia.

—Realmente, ¿qué pasó?

—Nuestro equipo estaba muy pendiente del microbarógrafo y del barógrafo. Veía que la presión bajaba en forma de V y también la presión atmosférica. Cada vez el descenso era mayor y ello resultaba contradictorio ante un ciclón que se aleja. Me llamó Marino Rodríguez González, el guía de puerto de Isabela, ya fallecido, y recuerdo que le dije: «La presión sigue para abajo, y estamos en peligro total.

«No perdimos tiempo, de inmediato me comuniqué con el puesto de mando municipal y doy la alerta. Expliqué que, de acuerdo con la experiencia laboral, lo teníamos arriba. Era impresionante. Se sentían vientos máximos de 108 km/h, la presión bajó a 982.4 hectopascal con más de 700 mm de lluvia».

—De ahí surge lo de «la cazadora de Lili».

—Las condiciones del tiempo se deterioraron al máximo, mucha lluvia y sin fluido eléctrico. El fenómeno nos volvió locos a todos. Me pusieron ese epíteto, pero teníamos a otros meteorólogos de primera línea en Santa Clara. Mis ojos presenciaron el fenómeno y mi colectivo de trabajo estuvo maravilloso, a pesar de que el viento soplaba por todos los lugares.

—¿Se siente la responsable de desenmascarar a «Lili»?

—Hice lo que tenía que hacer, apoyada en un excelente equipo. La satisfacción mayor fue que al final pudieron adoptarse un grupo de medidas que impidieron afectaciones mayores.

—¿Está previsto el error meteorológico?

—Todos podemos equivocarnos, pero hay que evitarlo al máximo. Hasta las estaciones automatizadas tienen, en ocasiones, sus deslices.

—Luego de cuatro décadas de trabajo decidió jubilarse. ¿Por qué?

—No me sentía bien de salud. La presión arterial alta, una cardiopatía que asomó, y ya la responsabilidad se incrementaba. Por otra parte, la estación quedaba lejos, y en aquellos tiempos iba para allá a las 5:00 a. m. en bicicleta, incluso hasta los domingos.

Junto a una de sus predilecciones: las plantas ornamentales. (Foto: Cortesía de la entrevistada)

—Hubo un tiempo en que el pueblo hablaba del «Instituto de Mentirología». ¿Cuál era su reacción?

—Un malestar inmenso. Nuestros expertos son muy buenos y los admiro. No admito ese término ni en juego, porque en La Habana, en Villa Clara y en cualquier parte del país existe un personal de excelencia.

¿El colmo de un meteorólogo?

—No ver el parte meteorológico.

—¿Decepciones?

—Las tengo; excepto mis compañeros de la estación, los demás no se acuerdan de mí, y eso es triste. Fui diez años Vanguardia Nacional, y me pregunto dónde quedaron los 40 años que le dediqué a la profesión.

—Si le pido a usted, una mujer con innumerables distinciones, reconocimientos y medallas, que me ofrezca su retrato en blanco y negro, ¿qué diría?

—Tengo muchos defectos. Peleona, quisquillosa, me gusta la exquisitez y sufro porque no todos somos así. Quiero mucho a mi familia y amo de verdad las cosas que me inspiran. Soy sagüera de pura cepa, defiendo mi terruño, así como la belleza de mis plantas; amante de la naturaleza y defensora de todos los animales.

—¿Y la familia?

—Lo es todo. Tengo dos hijos —la hembra cumple misión en Jamaica y el varón reside fuera de Cuba—; mi sobrino Alberto Machado Viota siguió el camino de la Meteorología en la Estación 338, ubicada, desde 2004, en la carretera hacia Quemado de Güines, y también tengo una hermana, Juana del Carmen Viota, que estuvo un tiempo vinculada a la propia rama. Todos ellos y los restantes componentes familiares me llenan de felicidad. Vivo con mi nieta, mi hija y su esposo.

Deseo cumplido: su nieta se graduó recientemente en la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas. (Foto: Cortesía de la entrevistada)

—En una entrevista que le realicé en 1998, le pregunté por algún anhelo en su vida y me respondió que tener un nieto o una nieta. ¿Se cumplió la aspiración?

—Así es, tengo una nieta que este año se graduó de Licenciatura en Turismo, en la Universidad Central, con Título de Oro, y se casó con su novio de siempre, graduado de Ingeniería Eléctrica.  

—¿Marta Viota sigue entregada al hábito de la lectura?

—Leo, aunque no tanto como antes. Ahora estoy con mi celular y busco mucho los temas científicos y los relacionados con la naturaleza.

—Entonces, ¿qué significa para usted la Meteorología?

—La vida misma. Ya cumplí 79 años y constituye una ciencia sorprendente de la que cada día conoces más. Lamento estar jubilada y no trabajar con el avance tecnológico disponible hoy.

«Fidel tenía una visión larga, y después que entras a este mundo, te llena tanto que resulta imposible salir. Me gustaba investigar, estudiar mucho, y participaba en  numerosos eventos programados. Gracias a ellos conocí muchos lugares de mi Cuba».

Tomado de Vanguardia https://www.vanguardia.cu/villa-clara/32682-una-catedra-de-la-meteorologia-llamada-marta

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